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Discurso introductivo sobre la vida y la muerte (página 2)




Enviado por UGO BIHELLER



Partes: 1, 2

La renuncia de las verdades absolutas por las relativas y el imperio de la voluntad; la sustitución de la metafísica por la naturaleza; el concepto de ser absoluto por el humano; reduce e intenta de acabar definitivamente la disputa con la fe a favor de la razón.

"SÍ, destrozado, como un reloj destrozado. El resorte no funciona. Aparentemente, nada ha cambiado. Todo está en su lugar. Pero, si te acercas al reloj en el oído no se oye nada ¿comprendes? El mundo, eso que llamamos mundo, el mundo de los hombres…debía tener antes un corazón, pero pareciera que ese corazón ha dejado de latir". (7)

7) Gabriel Marcel: El hombre contra el humano.

El filósofo existencialista cristiano Gabriel Marcel examina un mundo así destrozado y se pregunta cuáles son las consecuencias.

Responde en la falta de amor, imaginación, sometimiento frente al cientificismo y al poder de la voluntad vacía de su auténtico contenido.

Desde la perspectiva filosófica, el hombre no representa un objeto, es la integración corporal que cae bajo nuestros sentidos, con la conciencia y el alma se halla interrelacionado con otras personas mediante su cuerpo integrado.

Por lo tanto es el ser abierto que reconoce el poder de su esencia necesaria como don de amor. No es solamente por sí, sino por los otros, encontrar la dimensión del eterno y oponerse a quienes pretenden orientarlo a una función historicista. El mundo actual lleva al hombre por la fascinación cientificista y tecnológica, por eso construye su vida y su sociedad mediante la muerte de Dios.

La historia del pensamiento humano ha propuesto distintas visiones de la vida, y cada época ha intentado de definir la existencia humana por los valores culturales e históricos de su tiempo.

Mientras nuestro tiempo actual se caracteriza por reuniones, y contemporáneamente por la división de los hombres en grandes grupos rivales, nosotros nos enfrentamos de caminar por la unidad.

En nuestra época fundada en parámetros exclusivamente técnicos y científicos, a los que muchos se dirigen para resolver las angustias humanas, Dios se convierte en una hipótesis del cual se puede prescindir.

En efecto, no captamos inmediatamente a Dios, y el hombre se ha organizado para no dejarle espacios, se placa con el bienestar material y psíquico, a través de una falaz felicidad efímera basada en el único parámetro. La voluntad humana, árbitro absoluto del bien y del mal.

La actitud parece sumergida en una sustancial indiferencia, en la que el hombre contemporáneo no sabe quién es Dios por la oscuridad y brevedad de la vida humana.

Es un término de difícil interpretación, al cual se atribuyen diversos significados. Es objeto de muchas preguntas a menudo sin respuestas. Un nombre en lo que se ponen muchas esperanzas y expectativas, sobre el que mucho se investiga y se indaga.

Dios, ¿Quién es en realidad? Para el hombre, considerando que: "A Dios nunca lo ha visto a nadie…" (1Jn.4, 12)

Sobre Dios se puede decir todo y el contrarío de todo. Se alaba y se blasfema, se eleva plegaria y se odia, se puede recurrir a él o huir de él. Negando su existencia, se puede manipularle, según lógicas políticas, o quedar totalmente indiferentes.

Pero un argumento no se puede silenciar. No se puede no hablar de Dios. Quien lo niega, en el momento en lo que lo niega lo confirma inexorablemente, nombrándole.

¿Dios se pone fuera de nuestro alcance entonces? ¿Una realidad por la que cada quien puede afirmar libremente todo y el contrarío de todo?

También en el interior del Pueblo de Dios ocurre a menudo lo mismo. No es automática la coincidencia entre el Dios que profesamos por la fe y el Dios cuya imagen nosotros mismos hemos construidos en nuestra vida.

En este marco, sin embargo, hay el sufrimiento. Es la condición de la libertad, el precio que padecemos por el ejercicio de la libertad, ya que sin libertad no es posible amar su propia vida y de los demás.

La libertad no es solamente la capacidad de elegir el bien o el mal. Ella es la inteligencia de comprender y evaluar el valor de la vida.

El ser humano se percata que debe siempre elegir el bien o el mal, lo mejor y lo peor, se interroga si puede realizar un gran bien por sí y los otros, y el interrogante más profundo concierne si valió la pena nacer. Son hondas respuestas que cada quién debe darse por sí mismo.

Allí donde se convierte en instrumento del propio éxito y de los otros, solamente instrumento, trasformamos el ser humano en un deshumano. No se puede vivir ingenuamente, se debe responsabilizarse por sí mismo y por los otros. Solamente una vez el hombre existe y en su razón hay su fin escatológico.

La tensión escatológica no como consecuencia del caso sino por la manera de elegir. Es el ser humano que salva o destruye. El amor convierte al hombre en un milagro, milagro como fruto de amor para convertir el hombre contemporáneo en un humano.

Incoherentemente con la visión de la vida, la historia del pensamiento filosófico se transforma incomprensible si lo consideramos en una clave interpretativa optimista de la existencia humana.

Una razón superior invisible que gobierna al mundo, dominando a los seres humanos por un estilo de echar los trapos "inservibles", también la filosofía y los filósofos no se sustraen de este destino.

Vista desde una perspectiva abstracta, la historia de la filosofía podría parecer una "letanía de opiniones" y presenta una idéntica sucesión de las determinaciones conceptuales de idea.

En este ámbito, la filosofía aparece un movimiento, una sucesión de figuras ideales que se mueven desde el más sencillo, inmediato y abstracto, hacia sistematizaciones siempre más complejas, sin con eso corresponder a un mayor grado de verdad.

Esta breve presentación introductora sirve para retomar el itinerario sobre el concepto de vida y tentar de ofrecer una visión temporal-teológica.

Se trata de un examen crítico que parte de una noción nominal de vida. El significado de ser humano representa una real existencia objetiva, que, además de las facultades vegetativas y sensitivas, tiene otras específicas, el entendimiento y la voluntad.

En la distinción con animal, el hombre tiene la capacidad de conocer el "ser", y vislumbra el entendimiento para disponer de estas dos facultades, conocimiento y entendimiento no limitan la captación de las formas-objetos, sino las extienden a las formas abstractas y a todo lo que "es".

Las esencias abstractas y universales de los objetos corpóreos representan la potencialidad de la razón humana, que se descubren por la imaginación, y para pensarlas usamos imágenes concretas para luego absolutizarlas por el proceso de la lógica.

Se afirma que el objeto formal del entendimiento activa la potencia consciente del alma unida al cuerpo; esta es la esencia abstracta del objeto material representado por la imaginación. (8)

8) S. Tomás de Aquino: Summa Theológica I

El objeto formal abstracto del entendimiento procede de una manera reflexiva de captar las formas materiales singulares de modo analógico a través de la abstracción de las universales.

El entendimiento humano, cuyo objeto representa el ser en cuanto ser, puede entender cualquier ser, y conocer todas las fenomenologías de la realidad de un modo general, puesto que la razón del hombre constituye un poder a-orgánico.

Por otro lado, la razón reflexiona sobre sí misma por el alcance del entendimiento potencia del cuerpo, cuya esencia necesaria se halla en el alma y conciencia incorporada.

Las características materiales de la abstracción del entendimiento se explican por analogía, en cuanto el hombre elabora, según la lógica racional de la imaginación sensible, y conoce la explicación del proceso lógico de los requisitos del objeto considerado.

San Tomás de Aquino, en la Summa Theológica 1, afirma, pues, que el objeto formal propio del entendimiento humano manifiesta la presencia y la potencia de un alma y conciencia aquí se agrega, unida al cuerpo, la cual es la esencia abstracta necesaria de la realidad material representada por la imaginación.

Si el alma y la conciencia no tienen materia, presentan y actúan como forma intrínseca de sí misma, provocan el conocimiento abstracto del ser en cuanto ser; pero, nuestras índoles deducen desde la voluntad, los actos que proceden por libre decisión de la conciencia a través de la misma volición, aunque esta propiedad humana es negada por el determinismo filosófico, ideológico y teológico.

El determinismo teológico pretende limitar la voluntad humana únicamente subordinada a Dios, teorías estas de Lutero, mientras el fatalismo no propone concretamente a Dios, sino una ambigüedad necesaria como fuerza de azar, llamada "fatum- el fato" por los romanos; esta es la posición de los Estoicos y, por la salvación o condena, del Islam.

El cristianismo católico cree que la predestinación de la sola fe no garantiza la salvación del hombre, sino que Dios ha diseñado su plan salvífico de manera tal que es siempre el hombre con su voluntad determinada por la conciencia que se salva o se condena.

En el fondo, nosotros creemos que a través de las oraciones, sea posible que Dios modifique su plan para permitirnos de salvarnos, y tenemos pruebas suficientes para sustentar estas tesis en el curso de la historia humana.

El determinismo mecanicista une la voluntad a las fuerzas naturales físicaquímica y prospecta el materialismo en sus varias formas históricas y contemporáneas.

La libertad de arbitrio representa la voluntad determinada, no es por lo tanto un atributo libre e indeterminado, no surge del azar, sino prevé una relación de casualidad, cuando el sujeto ha decidido de actuar; es allí que obra con libertad.

Las tesis a favor de la libertad se fundan en la activación de la conciencia, procede de la existencia de un orden moral, considera el origen de un acto, pensamiento, palabras lícitas o ilícitas de la voluntad sostenida por el soplo de la conciencia.

El entendimiento pone en movimiento la voluntad, le propone al fin una determinada elección, e influye por la especificación de la voluntad, cuyo acto es seleccionado por la conciencia.

Cautivados por todo alrededor de nosotros, atraídos por algo que hay y no hay; es preciso considerar la envidia para quiénes el mundo consideran ídolos; personas que aparentemente tienen todo, pero, en realidad no tienen nada.

Ellos son atormentados por el vacío de su conciencia que no sabe cómo llenar, y para callarla, se arrebatan en la búsqueda de bienes materiales que parecen la única fuente de sus realizaciones.

El primer imperativo, por cuanto se ha expresado anteriormente, manifiesta la exigencia del ser humano de hallar un sentido a la propia vida; el éxito, el placer, la dedicación, el proyecto, y la relación con el prójimo explican la historia de la humanidad

Sin embargo, el hombre tiende a encontrar un sentido de su vida, cuál valor fundamental darle, y es capaz de vivir o morir por sus ideas que inspiran a su conciencia y la misma vida.

El hombre, pues, no inventa estos mismos valores, no descubrimos el sentido de la vida, y no lo inventamos.

Vivimos una permanente tensión de la vida entre la experimentación
de los malogrados deseos y el extravío de su sentido por un vacío
absoluto que lleva al hombre contemporáneo a padecer la angustia existencial
de nuestra época.

TERCER CAPÍTULO

Una síntesis de la esencia necesaria de la vida humana

Surge espontanea la pregunta de qué es la vida, independientemente si se cree en la creación divina, porque todos coinciden que nadie puede ser creador de sí mismo y admiten la existencia de un "Otro".

Los que no creen, se basan en los principios de la casualidad y evento accidental, sea por la teoría evolucionista como por el Big Bang; otros creen en el Dios en cielo, apartado de nosotros, a veces interviene en los asuntos mundanos; otros más afirman que él ha creado el universo abandonándolo a sí mismo, dejando a los hombres libres de establecer su destino final.

Él está dondequiera y comprende a todo: el significado de inclusión de todo indica el mundo externo que el hombre conoce; lo que nosotros comprendemos depende de nuestros sentidos y de la conciencia, con los cuales afirmamos o negamos la forma de un determinado objeto; pero, no acogemos su esencia sino solamente su imagen.

El objeto del entendimiento del ser humano no significa que pueda pensar solamente un concepto abstracto; las facultades sensibles estriban el conocimiento de cualquier objeto, e identifican cosas concretas por la acción y la previa verifica del entendimiento y la voluntad.

El entendimiento propone un determinado objeto y la voluntad, en cambio, impulsa al entendimiento para que aplique su actividad.

La elaboración de la ética de la vida, basada en el impulso de la conciencia dirige a la voluntad, y define el dinamismo orientado a un último fin, aunque sea preciso comprender que no todas las actuaciones provoquen el pensamiento de ese fin último.

Esta problemática no es un procedimiento empírico, sino funda la opción tomada por cada quien, tanto que es posible que el mismo sujeto cambie su postura en el curso de su vida sobre la actuación del bien.

Este fin último expresa el impulso de la conciencia a la voluntad del ser humano como sujeto, es un fin último objetivo, es decir, el conocimiento de los valores morales inmanentes apriorísticos objetivamente insertados en los códigos antropológicos.

Y esta manifestación inmanente representa la iluminación del Bien Infinito de amor de Dios que es el Supremo Bien, tanto que el hombre de fe puede elevarse sobrenaturalmente a él, es decir, intuye la visión de la esencia divina entre su alma y el Espíritu divino con la contemplación.

Es la máxima expresión del ontologismo que, a través de la contemplación orante del alma, el hombre percibe y dialoga con el espíritu divino; no son ideas del alma, sino una captación de la primera idea, el primer inteligible, la luz que despeja nuestra alma y la sedimenta en la conciencia, las verdades eternas, absolutas, intangibles a los sentidos humanos, intuidas por el estasis contemplativo.

Por el principio ontológico, la existencia de Dios representa el ser que, como origen, no estriba una causa anterior ni una posterior, y debe fundarse como experiencia de la esencia del ser, porque el ontologismo exige pasar de un concepto a su prueba.

Esta cuestión plantea además los atributos divinos de las perfecciones de la esencia metafísica de Dios, que prevé la infinitud, la unicidad, la distinción respeto al cosmos y la eternidad.

La infinitud manifiesta la ausencia de finitud de manera real, en cuanto la infinitud representa un atributo inconmensurablemente positivo; significa que en Dios existe la perfección metafísica, es decir, la absoluta cualidad atributiva indeterminada.

El ser divino es único, desprovisto de cualquiera composición, deriva de su simplicidad, porque sería necesario si existieran otros dioses, que cada uno tuviera un atributo carente de otro y compuestos de los que existe en todos los demás y de los que es característico de cada dios.

Dios no se identifica con ninguna cosa existente en el cosmos, ni con el universo mismo como totalidad, y esta separación determina la trascendencia divina; Dios trasciende al mundo y al universo entero.

La eternidad es el opuesto de la limitación humana del tiempo, y es perpetua; lo que significa que no tiene inicio ni fin, se considera carencia absoluta del acto creativo y de la mutación sucesiva.

Y esto implica que Dios no está sometido al tiempo, sino que es su creador, y como tal, lo trasciende junto al espacio; en él existe solamente el presente momentáneo, puesto que tiempo y espacio son los dos parámetros con los cuales se miden el comienzo y el fin de la vida del mundo, de los seres vivos y del hombre.

Por cuanto antes señalado se puede añadir el perfecto, pleno e infinito autointelección de Dios; es el atributo del saber divino que la Biblia llama la sabiduría, uno de los libros sapienciales del Antiguo Testamento, y se funda en el principio del Bien, puesto que el mal representa su originaria esencia consciente opuesta a la bondad.

El fin de la voluntad divina representa el mismo Dios por su amor que es idéntico y constitutivo de su ser, identifica de absoluta manera su misma esencia, porque conoce a sí mismo por su constitución de Amor, Compasión y Misericordia.

Esta voluntad es su completa identificación que ama a sí mismo para amar a sus creaturas en especial al hombre creado a su imagen, y ama para que comparte su mismo amor y por el hecho de amarlo a priori.

Su creación representa la realidad creada por él de la nada; Dios en efecto actúa transformando y moldeando la nada, sin nada por hacerla vivir, solamente causada por su poder creativo.

La cuestión de Dios hoy se funda para el hombre contemporáneo como problemática de su sentido perceptivo; todo depende de la formulación de cada ser humano a lo largo de toda la vida.

Lo que es indispensable explica el valor que cada quien tiene de este credo en Dios, y esta realidad superior y absoluta es distinta del mundo aunque se relaciona estrechamente con él.

La acepción de la trascendencia como aspiración natural de Dios supera no solamente la realidad cósmica, sino la misma esencia del hombre; el ser infinitamente superior, inaccesible, absoluto y perfecto.

Heidegger y Jaspers abren en su especulaciones filosóficas la posibilidad de una vida futura del más allá, porque, si Dios crea los seres humanos, significa que el acto creativo divino manifiesta su amor eterno, garantiza la eternidad del más allá, puesto que la libertad ha convertido la relación del hombre con Dios en un resultado perturbado, a causa del uso incorrecto de la libertad humana.

Sin embargo, el amor de Dios ama al hombre para siempre; este sistema interrelacionado entre él y el ser humano resuelve este nexo con el "yo" personal, en su actitud con sus semejantes, con el universo y con Dios.

La comunidad que se forma no se identifica con la colectividad ideológica en la cual desaparece cada "yo", sino estriba la sumatoria de todos los "yo" unidos en el camino comunitario hacia la trascendencia divina.

La sociedad debe buscar el bien común y representa el conjunto de las relaciones económicas, sociales y políticas que permiten y facilitan la realización integral de cada persona humana, ya que la sociedad, compuesta de muchos "yo, tienen una relación especial con Dios.

No se puede reducir la relación con Dios solamente privadamente, sino debe vivirse comunitariamente, por la cual el hombre tiende a Dios con responsabilidad personal y también actuando con los demás: la fe se vive personalmente y comunitariamente al mismo tiempo.

Por estos principios antes expresados, el hombre es la realidad ontológicamente finalizada a continuar a completarse en cuanto libremente creado por Dios; lleva inscrito la vocación, los elementos constitutivos, las constituciones esenciales de la libertad, como valor supremo de realizaciones; valores en término plural puesto que el hombre es una realidad compleja.

La reflexión manifiesta un admirable equilibrio; rechaza las teorías fisicistas cósmicas de la ley natural como el concepto de la voluntad humana, como única y absoluta capacidad de decisión sin seguir el orden moral inmanente de su conciencia, es decir, la libre voluntad humana como medida del bien o del mal.

No existe promoción de la dignidad humana si el ser humano no respeta y aplica el orden esencial de su vocación natural, aunque en la historia, las concretas condiciones y exigencias de la vida humana han cambiado, y cambiaran más todavía.

Cada desenvolvimiento histórico y cultural debe actuar dentro de las fronteras de los principios impuestos por los inmutables códigos antropológicos constitutivos, y las relaciones de cada persona: elementos, relaciones y actuaciones transcienden a la historia temporal humana.

El sentido de la vida significa su estimación, el bien, y cómo y con quién se puede usarla; como el campesino, al sembrar la semilla espera que crezca, y luego ofrezca los primeros frutos, entonces se percata que ha hecho una labor fructífera, así nosotros podemos imitar su ejemplo con la vida.

La familia y la sociedad representan la realidad de la vida, experimentan la hermosura de la relación familiar y social, con la cual la misma vida se auto realiza y se compenetra con sus semejantes para completar juntos el camino.

La vida es un milagro, fruto del amor y de la libertad, hay en ella la necesidad instintiva del amor; la interrelación humana expresa la realidad más concreta y la belleza de la vida; esto es un sentido de la vida.

Es inevitable, instintivo y natural que el hombre se interrogue de una realidad que esté más allá de las abstracciones del entendimiento de los objetos contingentes, tanto que la cuestión de Dios y su percepción formulan la pregunta si el hombre sea verdaderamente libre.

A esta sigue evidentemente el interrogante de cómo explicar el concepto de Dios, e inmediatamente tenemos muchas problemáticas insolutas; un específico pensamiento filosófico nos informa que es la causa y el principio de todo, causa primera sin causa.

Este concepto no representa, sin embargo, la tradición judío-cristiana del Dios de la fe, sino la categoría metafísica del Dios de los filósofos; el Dios de los cristianos es nuestro Padre que todo mira, ama y juzga.

A la pregunta inicial si el hombre es libre, respondemos que depende de la idea de cada quien sobre Dios en la vida; si se vive creyéndole, pero actuando como si no existiera, éste asume un ateísmo práctico, como la mayoría de los seres humanos contemporáneos incluidos a muchos cristianos.

Nuestros actos a menudo no se presentan unívocos e indeterminados, sino experimentamos en algunos de ellos las libres realizaciones, y esta forma intuitiva de la libertad es compartida por Bergson y Jaspers para citar a los más importantes.

La conciencia atestigua la afirmación de la libertad humana y representa la conciencia de la libertad humana que la prospecta como una intrínseca actuación del ser humano.

Por eso, si afirmamos que el hombre es el ser libre de la tierra, el orden moral vislumbra la manifestación de la existencia de la libertad, que, a través de la conciencia, deciden los mandatos y las interdicciones morales, el bien y el mal, la dimensión inteligible como una premisa apriorística.

El acto volitivo representa algo de concreto que no manifestaría las escogencias si la voluntad no estuviese insertada en el hombre.

Es impracticable definir entonces qué es la vida, quién es el hombre, por qué él se arrebata por una cuestión irresoluble que no tiene solución, y en el fondo muchos dicen de no saber de qué ni para qué viven.

La vida puede también identificarse bajo el angustioso dilema de una vida afirmativa o negativa, en la cual elegir toda vez quién es o no es el hombre contemporáneo.

El pensamiento filosófico puede investigar respuestas desconcertantes, producir una visión parcial y temporal de la realidad de la vida, encubierta bajo huellas de las apariencias falaces.

Por las precedentes explicaciones, podemos afirmar que el hombre es integrado de cuerpo sensible y de un alma; en esta reside la conciencia que evidencia los códigos morales de bien y del mal, mientras la voluntad determina la elección entre las dos categorías.

Si no hay aparentemente soluciones con la filosofía, la ciencia, la antropología, el hombre se apoya para conocerse introspectivamente y a Dios, la única fuente de la cual puede ser iluminado con una respuesta aceptable del significado de vida.

El hombre toma conciencia, ya que no puede salvar al mundo en crisis, sino solamente dar su testimonio del amor del Padre a todas sus creaturas humanas, para que le conceda la esperanza de su dignidad de una vida creada a imagen de Dios.

Por eso la vida humana es indescriptible, representa el misterio de amor de la creación; el hombre toma conciencia de su vida si desde la razón su objeto alcanza la fe.

Podemos aclarar que la filosofía no debe limitarse a un objeto de análisis; el hombre manifiesta un dualismo integrado de cuerpo, alma y conciencia viva que mueven su voluntad y su libertad de elección.

El contexto en el cual podemos tentar de responder qué es la vida humana y por qué existimos se puede vislumbrar analizando el cap. 9, 23 – 27 del Evangelio de Lucas: las condiciones para seguir a Jesús.

La pasión no es solamente el plan de Dios por Jesús, sino también del discípulo: "Si alguno quiere se discípulo mío, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiere salvar su vida la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará. ¿De qué sirve ganar al mundo entero, si se pierde o se destruye a sí mismo?"

Renegar a sí mismo es la actitud del hombre como Cristo que no es absorto a sus intereses, sino a los del prójimo; es una elección que compromete a toda la vida y a la entera persona.

Cargar con su cruz cada día, significa tener el coraje de transformar un rechazo en un gesto de amor como Jesús, y es cuanto él afirma explícitamente sin alternativa: el que quiere salvar su vida la perderá.

Las palabras no se interpretan como un abandono de las cosas materiales por la elección de la dimensión espiritual, tampoco dejar la vida presente para una futura.

Su significado es más global y unitario: toda la vida material y espiritual, presente y futura debe consagrarse al amor, y si el hombre piensa de salvarse cerrándose en sí mismo para conservarse, Jesús propone el proyecto contrario: la vida se abre y se dona para el prójimo.

Esto es el significado de la vida misma: Jesús se dirige a todos; el proyecto de la cruz es para todos y no solamente por unos grupos particulares y vocaciones escogidas; cargar con su cruz se convierte en un evento cotidiano; no es reservado a personas extraordinarias, tampoco vivir en circunstancias excepcionales; la vida se vive en las condiciones normales y cotidianas; está aquí un significado del sentido de la vida humana.

Sin embargo, muchos no comparten el sacrificio del amor y lo rechazan, pero nos interpelamos introspectivamente qué determina el significado de la vida, digna de vivirla en la tierra.

A esta pregunta, muchos responden la felicidad; suponemos que una persona alcance la felicidad tomando píldoras especiales o una dosis abundante de cerveza o de vino; no sería suficiente para considerar la vida merecedora de ser vivida.

La respuesta alternativa es el amor; pero abre dos vías por la existencia de esa persona en cuanto debe decidir qué hacer de su vida, y por semejantes razones tampoco un improbable completo conocimiento podría representar una vida digna de ser vivida.

En este caso sería preciso una elección: como utilizar el saber y lo mismo se preguntaría el hombre más rico del planeta: si estos recursos pueden llevar a la felicidad su vida.

La vida tiene sentido no por la incesante búsqueda de la ilusión de la felicidad, el hombre se comprende en el dilema entre el todo y la nada, la completa ignorancia y la sabiduría; su capacidad se enfrentan entre dos extremos: el hombre quisiera ser feliz, pero resulta incapaz de realizar sin una iluminación de su razón efectivamente el bien y no conseguir la ilusión de la felicidad.

Sin embargo la nostalgia de un bien total y la ilusión de la plena felicidad encierran la vocación natural hacia un orden superior del Ser absoluto, eso es, el atisbo de la eternidad del amor.

La misma conciencia humana percibe la especificidad de la condición de la vida, y la copresencia de desdicha y grandeza la convierte en una esencia única; la perene inquietud y frustración del hombre, creado para la inmortal eternidad, busca en la finitud existencial el deseo de la quimérica felicidad.

San Tomás de Aquino, Dante, Cervantes, Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, Copérnico, Galileo, Beethoven, Pasteur: todos ellos han tenido vidas dignas de ser vividas, según sus criterios, y en el dar forma a sus itinerarios, cambiaron el perfil del sentido del mundo alrededor suyos.

He aquí otra cuestión determinante: lo que es esencial para contribuir al sentido de la vida es que este itinerario, que se impone a la vida, sea el resultado de sus esfuerzos y de su libertad.

Si el hombre decide de vivir de manera significativa, debe elegir cómo y qué idea tiene para realizarla para que termine su ciclo vital como signo en el mundo en lo que ha vivido.

Este recorrido no puede ser insignificante, debe conllevar un genuino esfuerzo coherente; y dirigirse calibrado en relación a cualquier criterio independiente de éxito o fracaso, una metro de juicio aplicado, en línea de principio, a las generaciones futuras.

El mundo no es indiferente a un análisis introspectivo de la conciencia y de la razón a lo que es el inconmensurable inaccesible Ente eterno; revelación, aunque de manera paulatina y providencia, encuentran al ser humano en la tierra.

Esta inconmensurabilidad e inaccesibilidad de Dios, el Ser Trascendente no se puede describir, sino su posibilidad y su realidad se hallan en el silencio del místico; es el Dios al cual el hombre elige si ofrece a sí mismo al Dios salvífico y redentor.

Una vida significativa no quiere decir que deba planificar y realizar planes ambiciosos y significativos en relación a los cuales es siempre posible un genuino éxito o el riesgo del fracaso.

Tal definición considera el significado de la vida como un recorrido objetivo, eso es, el realismo ontológico; cada quien puede vivir dignamente sin saberlo y sin interesarle, pero, por la íntima revelación de su conciencia.

En este ámbito la muerte representa el fin del ciclo de la vida, manifiesta el límite perceptible de la frontera del mundo ultrasensible que cada persona alcanza, pero de la que no puede tener alguna experiencia.

La realización de la vida conlleva una fundamental opción que compromete a cada quien en su existir en el mundo; es la aceptación de su condición en su totalidad del mismo mundo y la iluminación del Ser eterno para elegir la vida.

Este representa el imperativo categórico al cual someter a la conciencia humana para que en libertad decida.

La esencia necesaria del hombre inserta la copresencia de desdicha y grandeza que realizan la unicidad grandiosa, y su perene inquietud y frustración, creado por el infinito, busca en vano en la finitud la indagación del deseo de felicidad, olvidando que el abismal vacío que lleva dentro de sí mismo, puede ser llenado solamente por Dios.

 

 

Autor:

Ugo Biheller

Barquisimeto, Estado Lara- Venezuela

Partes: 1, 2
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